Erik Satie o la danza de la grulla

ERIK SATIE O LA DANZA DE LA GRULLA En el cementerio de Arcueil, en las afueras de París, está la tumba de Erik Satie. Una pequeña placa dice: "Aquí reposa un músico inmenso, un hombre de corazón". El cielo está despejado y el aire es frío como corresponde a un día de invierno. En el cementerio no me tropiezo con nadie. Hoy los muertos están más solos que de costumbre. Pienso, mientras recorro los senderos, que siempre habrá un momento para celebrar a Erik Satie. Y no será necesario esperar fechas y efemérides, y tampoco visitar campos santos situados en poblados periféricos. Siempre existirá la ocasión para compartir con alguien cercano el secreto de lo que es a la vez simple y profundo.  Las  cortas piezas para piano de Satie -y tal vez decir esto sea un pleonasmo-, poseen ese secreto. Son como la quietud atravesada por leves sacudidas. La llama de la vela atravesada por el aleteo de una criatura fabulosa. Fulgores que irrumpen en el espacio, a la manera de un pestañeo invisible, para despejar la rotunda oscuridad del camino. Música, en fin, que define el misterio de la belleza con pocas notas. Y uno quisiera que los acordes se repitieran hasta el infinito. Pero entonces Satie y sus sonidos se volverían espantosos. Y nada más lejano a la pesadilla, y a los círculos infernales, que sus Pequeñas danzas para la trampa de Medusa, que el calor de sus Piezas frías, que la íntima atmósfera de sus trozos rosacrucistas, o los dibujos raros diseñados en las Danzas góticas. En Satie, a diferencia de casi todos los demás compositores, lo remoto se hace reciente, y la pesadez de lo que se pretende evocar con los sonidos se transforma en levedad con una sencillez asombrosa. En sus Ojivas, por ejemplo, por ningún lado la imagen del brumoso medioevo. Más bien líneas ligeras que buscan el infinito. Las Gymnopedias, que tienen que ver con danzas severas hechas en homenaje a una diosa de la tierra, es un sortilegio de manos de aire que acarician. ¿Y qué decir de las Gnosianas? Son seis obras cuya duración no va más allá de 15 minutos. Compuestas entre 1889 y 1897, están ancladas en un tiempo sonoro que, según algunos, fue dado al compositor por sus contactos con ciertos ritos de la Grecia antigua. Hay una imagen en la elaboración de esta música singular. Satie la percibió en la visita hecha a la Exposición Universal de París en 1889, particularmente en la sección de músicas exóticas. Satie, con los ojos cerrados, vio una grulla sagrada moviéndose por los alrededores del laberinto de Cnosos. Vio la imagen de un vuelo. Un vuelo presente pero hundido en el mito, que es un pasado trajeado de hoy anclado en el futuro. Y desde entonces, obsesionado, se empecinó en seguir su rastro para no perderse en los zig-zags que surcan las contingencias del mundo. Yo, oyente extraviado en el tiempo, también me aferro al ave cuando escucho las Gnosianas. Y creo, por un instante, más en el azul aleteo de la grulla, que en aquel hilo de Ariadna, tan manoseado ya, tan carente de brillo en nuestros días.
  • Por primera vez escucho esa melodía terriblemente bella. Mis sentidos se paralizan y voy entrando a la morada del desasosiego. Me dejo llevar y entonces mi piel entra en convulsión. En ella, mis bellos enhiestos surgen con una caricia espantosa. Insisto en ese toque de piano que proviene de una región donde la bastedad es un rumor delicado. Bajo esta sensación, miro y encuentro la misma ave de Satie. Hay resplandor en sus plumas. Trato de asirla, pero me penetra el miedo. Temo que cuando la tenga en mis manos, me de cuenta de que sólo hay vació. Un vació que me confirma que “la belleza es lo fugitivo”.

    Mil gracias Pablo por haberme hecho cruzar con Satie.

  • gracias, es sencillamente hermoso!!

  • El escrito de Pablo hace juego con la belleza de la música que describe Satie. Mil gracias Pablo

  • Amo a Satie. No se si pueda visitar su tumba. Espero que si.