La casa de Balzac

París obsequia gratos encuentros con las huellas del escritor proteico. Su tumba, en Père Lachaise, es uno de los sitios claves. Varias veces he recorrido el camposanto laberíntico no para poner una flor, o un papel con una frase de agradecimiento que el viento ha de llevarse rápidamente, sino una mirada dirigida al busto de Balzac, mientras evoco sus personajes inolvidables: Luis Lambert, Papá Goriot, Eugenia Grandet, el coronel Chabert. El otro lugar está en el Bulevar Raspail. Allí se levanta la escultura que Rodin le hizo. Grotesca, enorme, imponente. Un Balzac vestido con el hábito de monje laborioso, haciendo un gesto sarcástico a ese futuro impredecible que hay siempre en frente de las estatuas. Los domicilios propiamente parisinos de Balzac casi todos han desaparecido. Pero aún queda uno, donde puede encontrarse un vestigio  más intenso del autor de Las ilusiones perdidas. Se trata de la casa que Balzac habitó entre 1840 y 1847, situada en el corazón del entonces pueblo de Passy. En principio, Balzac la alquiló con un nombre falso para refugiarse de los acreedores que lo asediaron durante casi toda su existencia. Estaba ubicada en una colina y era el sitio indicado para retirarse del estropicio de un París que Balzac, mejor que nadie conoció y fijó en sus novelas. Sin embargo, en esta morada el escritor no pudo escapar del demonio de la creación, ese que le chupó todas las energías hasta dejarlo exánime un día de agosto de 1850. En la casa, ahora convertida en uno de los museos más entrañables de París, está la mesa donde Balzac no sólo escribió algunas de sus obras más importantes -Un asunto tenebroso, Esplendores y miserias de las cortesanas, El primo Pons, La prima Bette-, sino sobre la que, además, fue corregido el conjunto de La comedia humana.  Una mesa pequeña, labrada bastamente y con patas de arabescos, que es prohibido tocar. Pero que yo, aprovechando el descuido del vigilante, rozo con la mano varias veces. Balzac se refería a esa mesa en términos entre cariñosos y compasivos: "Testigo de mis angustias, de mis miserias, de mis derrotas, de mis alegrías, de todo... Mi brazo la ha usado por completo a fuerza de pasearse tanto sobre ella cuando escribo".  Otro de los objetos que llaman la atención es el célebre bastón, con incrustaciones de oro y turquesas, que el escritor se mandó hacer  para darse alardes de noble. Bastón objeto de numerosas burlas. Una de ellas aconsejaba admirar más la mágica caña que su dueño, ya que éste era un charlatán cuyo  único mérito era la manera en que se servía del bastón. En esta casa de cinco piezas Balzac trabajó encarnizadamente. Sometió su cuerpo a una disciplina suicida de poco sueño y excesivo café para poder culminar el descomunal proyecto de retratar la sociedad francesa de su tiempo. Balzac, a veces, salía a recoger en el jardín, que aún se conserva, las violetas y las lilas de la primavera. A veces, también, se dejaba irrigar por la luz de un sol que entraba huidizo por las ventanas entreabiertas. Luego miraba los pequeños montes circundantes tocados por esa luz inolvidable. Y entonces escribía, a la lejana amante de Ucrania, que así era cómo Dios debía anunciar la felicidad.
  • What’s up, yup this post is actually fastidious and I have learned lot of things from it on the topic of blogging. thanks.