Shostakovitch: escuchen mi música y comprenderán

Admirado, cuidado, casi mimado, por la naciente estética comunista. No se podría actuar de otro modo cuando un muchacho de 20 años estrenaba en 1929 su Primera Sinfonía que, desde todo punto de vista, es una obra maestra del género.  Después, con Lady Macbeth empezó el rechazo. Es bastante conocida la crítica que Stalin hizo en el "Pravda", en 1936, frente a esta ópera. Lo que significaba para la época una experiencia musical llena de hallazgos, el mayor sordo del régimen oyó cacofonías, acordes apolíticos, resabios pequeños burgueses que atentaban contra el proyecto de educar las masas con himnos, marchas, canciones y otras músicas proletarias. Tildado de formalista por los guías del realismo socialista, algunas obras de Shostakovich, ovacionadas por la gente que iba a escucharlas y por los que en verdad oían y conocían, se prohibieron en los años de la dictadura stalinista. Durante las grandes purgas del 30, cuando escritores, filósofos, cineastas, músicos y toda suerte de opositores fueron enviados a los gulags, Shostakovitch se salvó porque a Stalin le fascinaba su música cinematográfica. Más tarde, los diferentes gobiernos comunistas erigieron al compositor como el artista que había que mostrar afuera para que se viera, o mejor dicho, para que se escuchara el genio musical producido por la revolución. Ahora, cuando tantos muros y velos han caído, los críticos comentan que lo que revela la música de Shostakovitch, y en especial sus sinfonías, en donde reside su grandeza, es una denuncia de los excesos cometidos por el comunismo. Así, por ejemplo, la Séptima Sinfonía no sólo es un manifiesto contra el totalitarismo nazi que sitió a Leningrado desde 1941 hasta 1944, sino que, a la vez, es un monumento levantado contra todos los muertos provocados por Stalin. Así, por ejemplo, uno de los cuatro monólogos de los poemas de Pushkin  musicalizados por Shostakovitch  -aquel que rememora las minas de Siberia-, es un homenaje patético a los millones de deportados a los campos de la muerte. Así, por ejemplo, la Novena Sinfonía es una burla ante una ideología que vio en la guerra y el frenesí armamentista la pujanza del hombre moderno. Se podría pensar que Shostakovitch, para crear, y para sobrevivir, acudió a un comportamiento sospechoso. Calló, aceptó órdenes, firmó papeles, nunca hizo declaraciones que pusieran en tela de juicio al comunismo, jamás intentó el exilio. Ante los llamados de atención que los comités revolucionarios de la estética le hicieron respondía con cordialidad, casi con sumisión, con su cara de niño bueno extraviado en la adultez. La respuesta más inteligente, sin embargo, que dio Shostakovitch a todo tipo de  preguntas capciosas fue: "Escuchen mi música, allí está todo, y  comprenderán". Hoy la escuchamos de nuevo. Y otra vez es la admiración ante uno de los mejores sinfonistas de la historia de la música. La perplejidad al oír cómo de un mínimo material inicial sus obras evolucionan con una variedad riquísima. Asombro al constatar la manera en que se abrazan en su lenguaje lo revolucionario (su sintaxis armónica, sus estructuras rítmicas, la misma construcción narrativa) y lo conservador (el uso de lo melódico en una época que fue atonal  por necesidad y por esnobismo). Pero lo que se debe comprender, tal vez, es  que esa música se nos revela hoy como uno de los testimonios más conmovedores del siglo XX. En sus obras están encerradas las claves históricas y estéticas que estremeció ese tiempo. Los vientos libertarios y las represiones estatales. El lirismo de la intimidad y el estropicio de los debates públicos. Las propuestas contemporáneas de la ruptura y la antigua y fresca tradición. La pintura, la poesía, el cine, el teatro. El progreso como el más alto sueño y sus huellas destructoras. Lo trivial y lo sublime. La búsqueda de lo trascendental que brota de la escoria humana. En fin, en la música de Shostakovitch ondea la infamia de la historia y la esperanza inevitable que los hombres siguen teniendo en ella.
  • Realmente es un delite leer tus páginas, ninguna opaca a la otra en su exquisitez literaria, gracias por escribir