Réquiem para mi amigo

Un amigo cercano tiene la costumbre de coleccionar Réquiems. Y no sólo los colecciona, sino que conoce los avatares históricos propios a estas composiciones. Gracias a él he sabido detalles curiosos: por ejemplo que el primer réquiem del que se tiene noticia es el de Dufay. Obra desaparecida pero que el melómano de arriba asegura haber escuchado en una audición secreta. Que el único réquiem instrumental es el de Górecki. Que uno de los dos que compuso Schumann está dedicado a la memoria de un personaje literario. Que un réquiem, hecho por 12 compositores, se debió haber tocado en los funerales de Rosinni, intento desafortunadamente fallido. Que de una de las partes de esta dispersa obra colectiva, la realizada por Verdi, surgiría el célebre réquiem del músico italiano, especie de "opera de la muerte". Este amigo tiene  casi 90 obras de este tipo, aunque todavía le faltan muchas para completar su discoteca fúnebre. Gracias a él escuché por primera vez el Réquiem para mi amigo de Zbigniew Preisner. Preisner es conocido en particular por su música de las películas de Krzysztof Kieslowski. Las partituras de El decálogo, La doble vida de Verónica y Azul, Blanco y Rojo le han significado prestigiosos premios en París, Berlín y Nueva York. Pero Kieslowski murió en 1996 y el compositor quedó sumido en la perplejidad y el dolor. El Réquiem para mi amigo se escribió durante tres noches en algún monasterio de Polonia. Y es la primera obra de concierto público de Preisner. Su grabación se hizo  en la iglesia de Emaus de Cracovia, entre diciembre de 1997 y febrero de 1998. Sus atributos son varios. Alimentado por la estética sonora de las nuevas vanguardias procedentes de Europa del Este, el Réquiem para mi amigo tiene la virtud de demostrar que la música, después de haber frecuentado fórmulas en exceso complejas, también puede evolucionar hacia lo elemental y lo simple. Imposible darle un rótulo de minimalista o de neorromántica, categorías caras a los críticos de hoy. Se trata simplemente de una composición anclada en la tradición litúrgica cristiana, pero también circunscrita a nuestra contemporaneidad. Su primera parte, llamada propiamente "Réquiem", acude a las usuales partes de este género vocal. La intervención de la orquesta se limita a un cuarteto de cuerdas, despojamiento relacionado con el duelo y también con el hecho de que los réquiems, hasta el siglo XVIII, fueron de carácter eminentemente vocal. Las voces, en el Officium, alcanzan igualmente una desnudez en la expresión que es inevitable pensar en la austeridad de los cantos ambrosianos. Y son cristalinas, como un antiguo canto de navidad, en el Lux aeterna. Hay un órgano emparentado con la frescura de ciertos corales luteranos, pero también dueño de matices lacerantes. La soprano solista, en la melodía de la Lacrymosa, busca acaso el consuelo del infinito pero lo hace con la opresión propia de las fulguraciones góticas. La segunda parte, titulada "Vida", ofrece otro panorama. Ya no es el desgarramiento de los primeros fragmentos. Es el misterio que suscita no sólo la vida, sino el hecho de la amistad. Aquí se presenta el homenaje al amigo que ha nacido y ha descubierto el mundo y ha amado. El que ha descendido al desamparo y ha padecido la guerra y la persecución. Aquí la obra no alcanza un matiz profano sino más bien panteísta. Sin embargo Preisner, al componer una obra enraizada en las constantes religiosas del reposo y la luz, se nutre de los cantos de difuntos pertenecientes a los cristianos de las catacumbas romanas. La instrumentación en esta sección, en todo caso, está surcada de referencias a lo que hoy se denomina "músicas del mundo". Una flauta de vibración celta. Un saxofón que recuerda algunos trabajos de Jan Garbarek. Ciertas resonancias -extensos bajos sostenidos, resplandores sonoros de triángulos y campanas- evocan los grandes espacios abiertos sugeridos por las músicas del Himalaya. Pero estas referencias son delicadas y no pecan de exóticas. Al contrario, están llenas de un respeto y acierto notables. "Vida" fue concebida, al principio, por Kieslowski y Preisner como un trabajo musical y escenográfico para ser estrenado en las ruinas de la Acrópolis de Atenas y en otros sitios similares de la Europa antigua. Los textos del Réquiem para mi amigo, finalmente, están en latín, en griego y en polaco, y algunos pertenecen a San Pablo y a Séneca. Los homenajes al amigo. Al que estuvo entre nosotros y se fue sin haber manchado la ardua lealtad. El "Porque era él, porque era yo" de Montaigne. Las cartas de Séneca a Lucilio. El rostro de Baltasar Castiglione reflejando la amistad pintada por Rafael. La cántiga de José Manuel Arango, encuentro con ese hombre tanto tiempo ausente que, de súbito, por la iluminación del verso, regresa y nos acompaña. En fin, el recuerdo como homenaje. Y en él las miradas cómplices, las manos apretadas, el abrazo, la palabra compartida, el silencio. Sobre todo el silencio que se teje. Y surgido de él, como una exhalación de luz, la música. De la que el réquiem de Preisner es un conmovedor paradigma.
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